En las excavaciones del mundo romano en el norte de África se encontró el siglo pasado, sepultada bajo los años, en el mercado de Fimgad, en Argelia, una inscripción del siglo segundo o tercero en la que se podían leer estas palabras: cazar, bañarse, jugar, reír, eso es la vida. Todos los años, cuando la avalancha de turistas se dirige hacia el sur -buscando la vida-, vuelvo a recordar la inscripción referida. Si alguna vez en el futuro se descubrieran los anuncios de las empresas de tiempo libre de nuestros días, se revelaría en ellos una imagen semejante de la vida. Es evidente que muchos hombres sienten el año en la oficina, en la fábrica o en cualquier otro lugar de trabajo como no vivir. Por eso, emigran en vacaciones buscando ser por fin felices y poder vivir verdaderamente.
Este deseo de esparcimiento, de libertad, este anhelo por salir de la coacción de la vida cotidiana es genuinamente humano. Como consecuencia de la prisa del trabajo del mundo técnico, son incluso necesarias pausas de ese tipo. Dando esto por supuesto, es preciso conceder, no obstante, que tenemos problemas con nuestra libertad, con la libertad para el tiempo libre. El hombre percibe de pronto que no puede vivir auténticamente de forma ninguna, es decir, constata que la vida no consiste en bañarse, jugar o reír. La pregunta acerca del dominio del tiempo libre, de las vacaciones, comienza a ser una verdadera ciencia.
Con frecuencia me acuerdo en este contexto de que Santo Tomás de Aquino ha dejado escrito un tratado sobre los medios para combatir la tristeza. Dice mucho en favor de su realismo que considere también bañarse, dormir y distraerse como medios a propósito para ello. Sin embargo, añade enérgicamente que una de las ayudas más adecuadas contra la tristeza es convivir con amigos. Eso es lo que verdaderamente rompe la soledad, fundamento a la postre de nuestra insatisfacción.
Así pues, el tiempo libre debería ser ante todo tiempo libre del hombre para el hombre. Ahora bien, según Tomás de Aquino el medio imprescindible contra la tristeza es, en definitiva, el trato con la verdad, es decir, con Dios, pues en la contemplación el hombre toca la verdadera vida. Si excluimos todo ello de nuestro programa de vacaciones, el propio tiempo libre se torna tiempo sin libertad: no podremos encontrar en él la vida perdida que buscamos. Buscar a Dios es la más estimulante excursión por el monte, el baño más vivificante que el hombre puede tomar. Bañarse, jugar, dormir, todo eso forma parte del tiempo de vacaciones.
Ahora bien, nuestro programa de vacaciones debe incluir, como dice Tomás de Aquino, el encuentro con Dios, al que nos invitan nuestras bellas Iglesias y el precioso mundo que Dios ha hecho.
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