Saturday, December 16, 2006

Parroquia

VISITA PASTORAL A LA PARROQUIA ROMANA
SANTA MARÍA, ESTRELLA DE LA EVANGELIZACIÓN

HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

II Domingo de Adviento, 10 de diciembre de 2006


Queridos hermanos y hermanas de la parroquia "Santa María, Estrella de la Evangelización":

Estamos dedicando una iglesia, un edificio en el que Dios y el hombre quieren encontrarse; una casa para reunirnos, en la que somos atraídos hacia Dios; y estar con Dios nos une los unos a los otros.

En las tres lecturas que hemos escuchado encontramos tres grandes temas: en la primera lectura, la palabra de Dios que congrega a los hombres; en la segunda, la ciudad de Dios que, al mismo tiempo, aparece como esposa; y, por último, la confesión de Jesucristo como Hijo de Dios encarnado, hecha primero por Pedro, que puso así el inicio de la Iglesia viva que se manifiesta en el edificio material de toda iglesia. Escuchemos ahora con más detalle qué nos dicen las tres lecturas.

Ante todo, está el relato de la reconstrucción del pueblo de Israel, de la ciudad santa, Jerusalén, y del templo después del retorno del exilio. Tras el gran optimismo de la repatriación, el pueblo al llegar se encuentra un país desierto. ¿Cómo reconstruirlo? La reconstrucción externa, tan necesaria, no puede progresar si antes no se reconstituye el pueblo mismo como pueblo, si no se aplica de verdad un criterio común de justicia que una a todos y regule la vida y la actividad de cada uno.

El pueblo, tras el retorno, necesita, por decirlo así, una "Constitución", una ley fundamental para su vida. Y sabe que esta Constitución, para ser justa y duradera, en definitiva, para llevar a la justicia, no puede ser fruto de una invención autónoma suya. El hombre no puede inventar la verdadera justicia; más bien, debe descubrirla. En otras palabras, debe venir de Dios, que es la justicia. Por tanto, la palabra de Dios reconstruye la ciudad.

Lo que la lectura nos narra trae a la memoria el acontecimiento del Sinaí. Hace presente el acontecimiento del Sinaí: se lee y explica solemnemente la palabra santa de Dios, que indica a los hombres el camino de la justicia. Así se hace presente como una fuerza que, desde dentro, edifica nuevamente el país. Esto sucede el último día del año. La palabra de Dios inaugura un nuevo año, inaugura una nueva hora de la historia. La palabra de Dios es siempre fuerza de renovación, que da sentido y orden a nuestro tiempo. Al final de la lectura llega la alegría: se invita a los hombres al banquete solemne; se los exhorta a dar a los que no tienen nada y a unir así a todos en la comunión de la alegría, que se basa en la palabra de Dios.

La última palabra de esta lectura es la hermosa expresión: la alegría del Señor es nuestra fuerza. Creo que no es difícil constatar cómo estas palabras del Antiguo Testamento son ahora una realidad para nosotros. El edificio de la iglesia existe para que nosotros podamos escuchar, explicar y comprender la palabra de Dios; existe para que la palabra de Dios actúe entre nosotros como fuerza que crea justicia y amor. En especial, existe para que en él pueda comenzar la fiesta en la que Dios quiere que participe la humanidad, no sólo al final de los tiempos, sino ya ahora mismo.
Existe para que nosotros conozcamos lo que es justo y bueno, y la palabra de Dios es la única fuente para conocer y dar fuerza a este conocimiento de lo justo y lo bueno.

Por tanto, el edificio existe para que aprendamos a vivir la alegría del Señor, que es nuestra fuerza. Pidamos al Señor que nos haga sentirnos felices con su palabra; que nos haga sentirnos felices con la fe, para que esta alegría nos renueve a nosotros mismos y al mundo.

La narración veterotestamentaria nos introduce en la visión del Apocalipsis, que hemos escuchado como segunda lectura. La ciudad es esposa. No es solamente un edificio de piedra. Todo lo que, con grandiosas imágenes, se dice sobre la ciudad remite a algo vivo: a la Iglesia de piedras vivas, en la que ya ahora se forma la ciudad futura. Remite al pueblo nuevo que, en la fracción del pan, se convierte en un solo cuerpo con Cristo (cf. 1 Co 10, 16 s). Como el hombre y la mujer, en su amor, son "una sola carne", así Cristo y la humanidad congregada en la Iglesia se convierten, mediante el amor de Cristo, en "un solo espíritu" (cf. 1 Co 6, 17; Ef 5, 29 ss).

Los cimientos de la ciudad no son piedras materiales, sino seres humanos: son los Apóstoles con el testimonio de su fe. Los Apóstoles siguen siendo los cimientos de la nueva ciudad, de la Iglesia, mediante el ministerio de la sucesión apostólica: mediante los obispos. Las velas que encendemos en las paredes de la iglesia, en los lugares donde se harán las unciones, recuerdan precisamente a los Apóstoles: su fe es la verdadera luz que ilumina a la Iglesia. Y, al mismo tiempo, es el fundamento en el que se apoya. La fe de los Apóstoles no es algo anticuado. Puesto que es verdad, es el fundamento en el que nos apoyamos, es la luz por la que vemos.

Pasemos al Evangelio. ¡Cuántas veces lo hemos escuchado! La profesión de fe de san Pedro es el fundamento inquebrantable de la Iglesia. Junto con san Pedro, decimos hoy a Jesús: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo". La palabra de Dios no es solamente palabra. En Jesucristo la Palabra está presente en medio de nosotros como Persona. Este es el objetivo más profundo de la existencia de este edificio sagrado: la iglesia existe para que en ella encontremos a Cristo, el Hijo del Dios vivo.

Dios tiene un rostro. Dios tiene un nombre. En Cristo, Dios se ha encarnado y se entrega a nosotros en el misterio de la santísima Eucaristía. La Palabra es carne. Se entrega a nosotros bajo las apariencias del pan, y así se convierte verdaderamente en el Pan del que vivimos. Los hombres vivimos de la Verdad. Esta Verdad es Persona: nos habla y le hablamos. La iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo del Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros. Esta es la alegría que Dios nos da: que él se ha hecho uno de nosotros, que nosotros podemos casi tocarlo y que él vive con nosotros. Realmente, la alegría de Dios es nuestra fuerza.

Así el evangelio finalmente nos introduce en la hora que estamos viviendo hoy. Nos conduce a María, a quien aquí honramos como Estrella de la Evangelización. En la hora decisiva de la historia humana, María se ofreció a sí misma a Dios, ofreció su cuerpo y su alma como morada. En ella y de ella el Hijo de Dios asumió la carne. Por medio de ella la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1, 14). Así María nos dice lo que es el Adviento: ir al encuentro del Señor que viene a nuestro encuentro.
Esperarlo, escucharlo y contemplarlo. María nos explica para qué existen los edificios de las iglesias: existen para que acojamos en nuestro interior la palabra de Dios; para que dentro de nosotros y por medio de nosotros la Palabra pueda encarnarse también hoy.

Así, la saludamos como Estrella de la Evangelización: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, para que vivamos el Evangelio. Ayúdanos a no esconder la luz del Evangelio debajo del celemín de nuestra poca fe. Ayúdanos a ser, en virtud del Evangelio, luz para el mundo, a fin de que los hombres puedan ver el bien y glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 14 ss). Amén.

Saturday, December 02, 2006

Anecdotas de un viaje bendito

LAS MEJORES ANECDOTAS DEL PAPA EN SU DESPEDIDA DE TURQUIA



LOS PERIODICOS TURCOS ALABAN LA HUMILDAD BENEDICTO XVI
"La temida visita del Papa concluyó con una sorpresa fantástica," publicó en su portada el diario Aksam.
"En la Mezquita Sultan Ahmet, se volvió hacia La Meca y rezó como los musulmanes," escribió el popular periódico Hurriyet, utilizando el nombre oficial del edificio.

Sus gestos, incluyendo su apoyo a la candidatura de Ankara para entrar en la Unión Europea y sus alabanzas al Islam como una fe pacífica, parecen haber persuadido a los turcos de pasar la página tras la tensión que siguió a un discurso en el que citó a un emperador que calificó el Islam de religión violenta.


EL PAPA SORPRENDE A LA GENTE ONDEANDO UNA BANDERA TURCA
La sorpresa desconcierta las informaciones de unos enviados especiales que parecen abrumados por lo que ven. Benedicto XVI ondea una bandera turca como si fuera "un aficionado al fútbol animando a su equipo”, dice un periodista americano de la agencia Reuters desde Estambul.


EL PAPA BENEDICTO XVI LLEVA EN EL CORAZÓN A LOS TURCOS
Antes de dejar Turquía dijo que esperaba que su visita haya podido servir para una mayor comprensión entre religiones, sobre todo con el Islam. Benedicto XVI ha manifestado también que dejaba una parte de su corazón en Estambul.



LA IGLESIA NO DESEA IMPONER NADA, SOLO PIDE LIBERTAD
"Ustedes saben bien que la Iglesia no desea imponer nada a nadie, y que lo único que pide es vivir en libertad", expresó Benedicto XVI en la Catedral del Espíritu Santo en Estambul, en presencia del patriarca ecuménico Bartolomé I, líder espiritual de los iglesia ortodoxa griega en el mundo.


UN PAPA QUE CONQUISTA CORAZONES
"El Papa está conquistando corazones", tituló el viernes el Turkish Daily News.
Después que el pontífice suscitó indignación en buena parte del mundo islámico con una cita de un lejano emperador bizantino que muchos musulmanes consideraron ofensiva, los jerarcas del Vaticano se esforzaron por salvar su visita a este país de abrumadora mayoría musulmana y lo último que consideraron fue una visita a una mezquita.
Una cuidadosa combinación de diplomacia vaticana, las negociaciones de los obispos católicos y los gestos del papa Benedicto XVI crearon el clima que parece haber signado con éxito la visita del pontífice a Turquía, una puerta al mundo musulmán.


UNA GOLONDRINA NO HACE VERANO, PERO...
"Una golondrina no hace verano, pero muchas le pueden seguir para poder disfrutar de una primavera en este mundo", dijo a Benedicto XVI el claramente satisfecho Mustafá Cagrici, clérigo supremo de Estambul, luego de orar con él.
Pero el pontífice alemán no solamente visitó la famosa Mezquita Azul de Estambul sino también oró junto a un imán de cara a La Meca.



EL PAPA BENEDICTO, AMIGO DE SUS AMIGOS
Bartolomé I lo ha acogido con todos los honores. Basta ver como le levantó el brazo en el balcón de la sede del patriarcado. Y es que la presencia del Papa de Roma le han dado un realce mediático que no deseaba el Gobierno turco, que no reconoce al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla y para Ankara Bartolomé I sólo es el obispo de Fanar.

El gobierno turco pidió oficialmente al Papa que no se refiriera a Bartolomé I como "patriarca ecuménico". Benedicto XVI en sus textos siempre se refirió a él como Patriarca de los ortodoxos.



LA FRATERNIDAD Y LA HUMILDAD LO PUEDEN TODO
La oración en Mezquita y el 'abrazo' con Bartolomé I marcan viaje del Papa

El momento de oración al lado del Gran Muftí de Estambul, Mustafa Cagrici, en la 'Mezquita Azul', mirando hacia la meca como hacen los musulmanes, es sin duda la imagen de este viaje.

La foto del Papa en recogimiento ante el Mihrab, la llamada 'puerta' que señala la Meca, está hoy en la primera página de toda la prensa turca, que considera muy positivo el gesto.

Otro de los momentos importantes durante este viaje ha sido el 'abrazo' físico y simbólico al Patriarca ortodoxo Bartolomé I, un pequeño paso más en el diálogo para llegar al ecumenismo, la unidad de todos los cristianos, el tema principal de la visita, según el mismo Benedicto XVI.


LA HUMILDAD DEL PAPA ACERCA A LOS ORTODOXOS
El Patriarca Ecuménico, Bartolomeo I, se mostró hoy 'convencido' de que la visita oficial de Benedicto XVI a Turquía, además de ser 'histórica', ha tenido un 'valor incalculable' en el 'proceso de reconciliación' entre las iglesias católica y ortodoxa, separadas desde hace casi un milenio.
En una entrevista a un diario católico, Bartolomeo I consideró además que el viaje del Pontífice 'ha tenido lugar en un momento tan difícil y en circunstancias muy delicadas', en una velada referencia a las polémicas declaraciones de Su Santidad en la Universidad de Ratisbona el pasado septiembre en las que identificó indirectamente Islam con violencia.


LA ORACION ACERCA A HOMBRES DE CREDOS DIFERENTES
Es "más significativa aún que una disculpa" por sus comentarios, afirmó el mufti de Estambul, Mustafá Cagrici, quien oró junto a él durante este momento excepcional.

"Fue algo muy bello, un gesto de su parte. Con su posición transmitió un mensaje a los musulmanes", declaró el mufti, quien también es profesor de teología, citado el viernes por el diario Sabah.

La oración en la mezquita dejo huella
"Como jefe de la Iglesia católica y como líder espiritual, es mi deber (obrar para el) diálogo y una mejor comprensión entre las religiones, en particular con el islam y el cristianismo", afirmó el Papa.

"Me daré por satisfecho si mi viaje contribuye a ello", agregó, reconociendo que dejaba "una parte de su corazón" en Estambul.

Uno de sus gestos más significativos en este sentido fue su 'oración íntima' del jueves en una mezquita, que caló muy hondo.


EL PAPA BENEDICTO SE DESPIDE CON UNA MISA
La misa con la que Benedicto XVI puso fin a su visita a Turquía contó, además de la presencia del Patriarca Ecuménico de Constantinopla, con la asistencia del Patriarca Armenio Mesrob II y el Metropolita Sirio Ortodoxo, Fluksinos Yusuf Cetin. La ceremonia incluyó cantos y símbolos de las tradiciones armenia, caldea, aramea y siria.



EL PAPA BENEDICTO XVI INAUGURA UNA ESTATUA DE JUAN XXIII
El Papa Benedicto, junto a los representantes de los diversos ritos cristianos en Turquía, inauguró una estatua de su antecesor Juan XXIII, quien fuera nuncio apostólico en ese país durante nueve años.


UN GESTO DE PAZ DELANTE DE LA ESTATUA DE BENEDICTO XV
El Papa dejó en libertad varias palomas blancas cerca de una estatua en honor de quien fue pontífice durante la Primera Guerra Mundial, Benedicto XV, que inspiró su nombre papal. La estatua fue erigida por Turquía en reconocimiento a la obra del papa ''como un benefactor de toda la gente, sin importar su nación o credo''.

Saturday, September 23, 2006

Sobre la Parroquia

Señores cardenales, Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

Queridos hermanos y hermanas:


Tengo la alegría de encontrarme por primera vez con vosotros, queridos miembros y consultores del Consejo Pontificio para los Laicos, reunidos con motivo de la asamblea plenaria. Vuestro Consejo Pontificio tiene la peculiaridad de contar, entre sus miembros y consultores, junto a cardenales, obispos, sacerdotes y religiosos, a una mayoría de fieles laicos, provenientes de diferentes continentes y países, y de las más variadas experiencias apostólicas. Os saludo a todos con afecto y os doy las gracias por el servicio que prestáis a la Sede de Pedro y a la Iglesia difundida en todas las partes del mundo.

Tras haber examinado, en la precedente asamblea plenaria, la naturaleza teológica y pastoral de la comunidad parroquial, ahora estáis afrontando la cuestión desde un punto de vista operativo, buscando elementos útiles para favorecer una auténtica renovación parroquial. El tema de vuestro encuentro es «Volver a encontrar la parroquia. Caminos de renovación». De hecho, el aspecto teológico pastoral y el operativo no pueden disociarse, si se quiere acceder al misterio de comunión del que la parroquia está llamada a ser cada vez más signo e instrumento de aplicación. En los Hechos de los Apóstoles, el evangelista Lucas presenta los criterios esenciales para una adecuada comprensión de la naturaleza de la comunidad cristiana y, por tanto, también de toda parroquia, cuando describe a la primera comunidad de Jerusalén perseverando en la escucha de la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en la fracción del pan y en la oración», una comunidad acogida y solidaria hasta el punto de que todo lo ponía en común (Cf. 2,42; 4,32-35).

La parroquia puede revivir esta experiencia y crecer en el entendimiento y en la fraterna cohesión si reza incesantemente y si permanece a la escucha de la Palabra de Dios, sobre todo si participa con fe en la celebración de la Eucaristía presidida por el sacerdote. Escribía en este sentido el querido Juan Pablo II en su última encíclica «Ecclesia de Eucharistia»: «La parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico» (n. 32). La deseada renovación de la parroquia, por tanto, no puede surgir sólo de oportunas iniciativas pastorales, por más útiles que sean, ni de planes de pizarra. Inspirándose en el modelo apostólico, tal y como aparece en los Hechos de los Apóstoles, la parroquia «vuelve a encontrarse» en el encuentro con Cristo, especialmente en la Eucaristía. Alimentada por el pan eucarístico, crece en la comunión católica, camina en la fidelidad plena al Magisterio y está siempre atenta a acoger y discernir los diferentes carismas que el Señor suscita en el Pueblo de Dios. De la unión constante con Cristo, la parroquia saca vigor para comprometerse sin cesar en el servicio a los hermanos, particularmente a los pobres, para quienes representa de hecho el primer referente.

Queridos hermanos y hermanas: mientras os expreso profundo agradecimiento por la actividad de animación y de servicio que desempeñáis, deseo de corazón que las sesiones de trabajo de la asamblea plenaria contribuyan a hacer que los fieles laicos sean cada vez más conscientes de su misión en la Iglesia, en particular, dentro de la comunidad parroquia, que es una «familia» de familia cristianas. Por esta intención aseguro un constante recuerdo en la oración, e invocando sobre cada uno la maternal protección de María os imparto de corazón mi bendición a todos vosotros, a vuestras familias y a las comunidades a las que pertenecéis.

Friday, April 21, 2006

Preguntas al Papa de los jóvenes

Fue el 6 de abril del 2006. Sólo pongo dos preguntas.


Santo Padre, soy Anna, tengo 19 años; estudio literatura y pertenezco a la parroquia de la Virgen del Carmen.

Uno de los principales problemas que debemos afrontar es el afectivo. A menudo tenemos dificultad para amar, porque es fácil confundir amor con egoísmo, sobre todo hoy, donde gran parte de los medios de comunicación social nos imponen una visión individualista, secularizada, de la sexualidad; donde todo parece lícito y todo se permite en nombre de la libertad y de la conciencia de las personas. La familia fundada en el matrimonio parece ya prácticamente una invención de la Iglesia, por no hablar de las relaciones prematrimoniales, cuya prohibición se presenta, incluso a muchos de los que somos creyentes, como algo incomprensible o pasado de moda... Sabiendo que somos muchos los que queremos vivir responsablemente nuestra vida afectiva, ¿quiere explicarnos qué nos dice al respecto la palabra de Dios? Muchas gracias.

Se trata de un gran problema y, ciertamente, no es posible responder en pocos minutos, pero trataré de decir algo. Ya Anna dio una respuesta al decir que hoy el amor a menudo es mal interpretado cuando se presenta como una experiencia egoísta, mientras que en realidad consiste en abandonarse y así se transforma en encontrarse. Ella dijo también que una cultura consumista falsifica nuestra vida con un relativismo que parece concedernos todo y en realidad nos vacía. Pero entonces escuchamos la palabra de Dios a este respecto. Anna, con razón, quería saber qué dice la palabra de Dios.

Para mí es muy hermoso constatar que ya en las primeras páginas de la sagrada Escritura, inmediatamente después del relato de la creación del hombre, encontramos la definición del amor y del matrimonio. El autor sagrado nos dice: "El hombre abandonará a su padre y a su madre, seguirá a su mujer y ambos serán una sola carne", una única existencia. Estamos al inicio y ya se nos da una profecía de lo que es el matrimonio; y esta definición permanece idéntica también en el Nuevo Testamento. El matrimonio es este seguir al otro en el amor y así llegar a ser una sola existencia, una sola carne, y por eso inseparables; una nueva existencia que nace de esta comunión de amor, que une y así también crea futuro.

Los teólogos medievales, interpretando esta afirmación que se encuentra al inicio de la sagrada Escritura, decían que el matrimonio fue el primero de los siete sacramentos en ser instituido por Dios, dado que lo instituyó ya en el momento de la creación, en el Paraíso, al inicio de la historia, y antes de toda historia humana. Es un sacramento del Creador del universo; por tanto, ha sido inscrito precisamente en el ser humano mismo, que está orientado hacia este camino, en el que el hombre deja a sus padres y se une a su mujer para formar una sola carne, para que los dos lleguen a ser una sola existencia.

Por tanto, el sacramento del matrimonio no es una invención de la Iglesia; en realidad, fue creado juntamente con el hombre como tal, como fruto del dinamismo del amor, en el que el hombre y la mujer se encuentran mutuamente y así encuentran también al Creador que los llamó al amor.

Es verdad que el hombre cayó y fue expulsado del Paraíso o, por decirlo de otra forma, con palabras más modernas, es verdad que todas las culturas están contaminadas por el pecado, por los errores del hombre en su historia, y así queda oscurecido el plan inicial inscrito en nuestra naturaleza. De hecho, en las culturas humanas hallamos este oscurecimiento del plan original de Dios. Sin embargo, al mismo tiempo, observando las culturas, toda la historia cultural de la humanidad, constatamos también que el hombre nunca ha podido olvidar del todo este plan inscrito en lo más profundo de su ser. En cierto sentido, siempre ha sabido que las demás formas de relación entre el hombre y la mujer no correspondían realmente al plan original sobre su ser. De este modo, vemos cómo las culturas, sobre todo las grandes culturas, siempre de nuevo se orientan hacia esta realidad, la monogamia, el ser hombre y mujer una carne sola. Así en la fidelidad puede crecer una nueva generación, puede continuarse una tradición cultural, renovándose y realizando, en la continuidad, un auténtico progreso.

El Señor, que habló de esto mediante la voz de los profetas de Israel, aludiendo a la concesión del divorcio por parte de Moisés, dijo: "Moisés os lo concedió "por la dureza de vuestro corazón"". El corazón después del pecado "se endureció", pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez con mayor claridad, insistieron en ese plan originario. Para renovar al hombre, el Señor, aludiendo a esas voces proféticas que siempre guiaron a Israel hacia la claridad de la monogamia, reconoció con Ezequiel que, para vivir esta vocación, necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de piedra -como dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón realmente humano.

Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor "implanta" en nosotros este corazón nuevo. No es un trasplante físico, pero tal vez precisamente esta comparación nos puede servir: después de un trasplante el organismo necesita cuidados, necesita recibir las medicinas necesarias para poder vivir con el nuevo corazón, de forma que llegue a ser "su corazón" y no "el corazón de otro". En este "trasplante" espiritual, en el que el Señor nos implanta un corazón nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para poder vivir con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que recurrir a las medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser realmente "nuestro corazón". Viviendo así en la comunión con Cristo, con su Iglesia, el nuevo corazón llega a ser realmente "nuestro corazón" y se hace posible el matrimonio. El amor exclusivo entre un hombre y una mujer, la vida en común de dos personas tal como la diseñó el Creador resulta posible, aunque el ambiente de nuestro mundo la haga tan difícil que parezca imposible.

El Señor nos da un corazón nuevo y nosotros debemos vivir con este corazón nuevo, usando la terapias convenientes para que sea realmente "nuestro". Así es como vivimos lo que el Creador nos ha dado y esto crea una vida verdaderamente feliz. De hecho, podemos verlo también en este mundo, a pesar de tantos otros modelos de vida: hay muchas familias cristianas que viven con fidelidad y alegría la vida y el amor indicados por el Creador; así crece una nueva humanidad.

Por último, quisiera añadir: todos sabemos que para llegar a una meta en el deporte y en la profesión hacen falta disciplina y renuncias, pero todo eso contribuye al éxito, ayuda a alcanzar la meta que se buscaba. Así, también la vida misma, es decir, el llegar a ser hombres según el plan de Jesús, exige renuncias; pero esas renuncias no son algo negativo; al contrario, ayudan a vivir como hombres con un corazón nuevo, a vivir una vida verdaderamente humana y feliz.

Dado que existe una cultura consumista que quiere impedirnos vivir según el plan del Creador, debemos tener la valentía de crear islas, oasis, y luego grandes terrenos de cultura católica, en los que se viva el plan del Creador.

Santidad, me llamo Vittorio; soy de la parroquia de San Juan Bosco en Cinecittà; tengo 20 años y estudio ciencias de la educación en la universidad de Tor Vergata.

En ese mismo Mensaje nos invita a no tener miedo de responder con generosidad al Señor, especialmente cuando propone seguirlo en la vida consagrada o en la vida sacerdotal. Nos dice que no tengamos miedo, que nos fiemos de él y que no quedaremos defraudados. Estoy convencido de que muchos de los que estamos aquí, y muchos de los que nos siguen desde su casa a través de la televisión, están pensando en seguir a Jesús por un camino de especial consagración, pero no siempre es fácil descubrir si ese es el camino correcto. ¿Nos quiere decir cómo descubrió usted cuál era su vocación? ¿Puede darnos consejos para comprender mejor si el Señor nos llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal? Muchas gracias.

Por lo que a mí se refiere, crecí en un mundo muy diferente del actual, pero, en definitiva, las situaciones son semejantes. Por una parte, existía aún la situación de "cristiandad", en la que era normal ir a la iglesia y aceptar la fe como la revelación de Dios y tratar de vivir según la revelación; por otra, estaba el régimen nazi, que afirmaba con voz muy fuerte: "En la nueva Alemania no habrá ya sacerdotes, no habrá ya vida consagrada, no necesitamos ya a esta gente; buscaos otra profesión".

Pero precisamente al escuchar esas "fuertes" voces, ante la brutalidad de aquel sistema tan inhumano, comprendí que, por el contrario, había una gran necesidad de sacerdotes. Este contraste, el ver aquella cultura antihumana, me confirmó en la convicción de que el Señor, el Evangelio, la fe, nos indicaban el camino correcto y nosotros debíamos esforzarnos por lograr que sobreviviera ese camino.

En esa situación, la vocación al sacerdocio creció casi naturalmente junto conmigo y sin grandes acontecimientos de conversión. Además, en este camino me ayudaron dos cosas: ya desde mi adolescencia, con la ayuda de mis padres y del párroco, descubrí la belleza de la liturgia y siempre la he amado, porque sentía que en ella se nos presenta la belleza divina y se abre ante nosotros el cielo. El segundo elemento fue el descubrimiento de la belleza del conocer, el conocer a Dios, la sagrada Escritura, gracias a la cual es posible introducirse en la gran aventura del diálogo con Dios que es la teología. Así, fue una alegría entrar en este trabajo milenario de la teología, en esta celebración de la liturgia, en la que Dios está con nosotros y hace fiesta juntamente con nosotros.

Como es natural, no faltaron dificultades. Me preguntaba si tenía realmente la capacidad de vivir durante toda mi vida el celibato. Al ser un hombre de formación teórica y no práctica, sabía también que no basta amar la teología para ser un buen sacerdote, sino que es necesario estar siempre disponible con respecto a los jóvenes, a los ancianos, a los enfermos, a los pobres; es necesario ser sencillos con los sencillos. La teología es hermosa, pero también es necesaria la sencillez de la palabra y de la vida cristiana. Así pues, me preguntaba: ¿seré capaz de vivir todo esto y no ser unilateral, sólo un teólogo? Pero el Señor me ayudó; y me ayudó, sobre todo, la compañía de los amigos, de buenos sacerdotes y maestros.

Volviendo a la pregunta, pienso que es importante estar atentos a los gestos del Señor en nuestro camino. Él nos habla a través de acontecimientos, a través de personas, a través de encuentros; y es preciso estar atentos a todo esto. Luego, segundo punto, entrar realmente en amistad con Jesús, en una relación personal con él; no debemos limitarnos a saber quién es Jesús a través de los demás o de los libros, sino que debemos vivir una relación cada vez más profunda de amistad personal con él, en la que podemos comenzar a descubrir lo que él nos pide.

Luego, debo prestar atención a lo que soy, a mis posibilidades: por una parte, valentía; y, por otra, humildad, confianza y apertura, también con la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes, de las familias. ¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, eso sigue siendo siempre una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará.

Sunday, January 22, 2006

La Vocación

De un artículo de opinión llamado "Infancia misionera", escrito en el ABC del 21 de enero de 2006, por JUAN MANUEL DE PRADA

ESTA mañana, cuando apenas rayaba el alba, ha entrado mi hija de tres años en la habitación, pidiéndome que apoquine un donativo para la Jornada de la Infancia Misionera. En su colegio, regentado por hermanas concepcionistas, le han hablado de otros niños de Guinea Ecuatorial o el Congo, Brasil o Filipinas, atendidos como ella por esta congregación misionera; niños que habrían muerto víctimas de enfermedades feroces o de pura inanición si esas monjas heroicas no hubiesen mediado en su tragedia. Como las hermanas concepcionistas, son miles los hombres y mujeres, religiosos y seglares, que un día cualquiera decidieron inmolarse en la salvación de otras vidas que languidecían en los arrabales del atlas; hombres y mujeres que, como cualquiera de nosotros, hubiesen preferido envejecer entre los suyos, disfrutando de las ventajas de una vida regalada, pero que respondieron sin rechistar a su vocación.
«¿Y qué es la vocación?», me interrumpe mi hija. «Es una llamada de Dios», empiezo un poco atolondradamente, pero como compruebo que mi hija no acaba de entenderme añado: «Dios nos habla a través de los niños que sufren». Y como temo que mi hija confunda a Dios con un ventrílocuo, trato de explicarme: «En realidad, Dios está dentro de cada niño que sufre, Dios es cada niño que sufre. Pero sólo algunas personas elegidas saben verlo; mientras los demás miramos para otro lado, los misioneros miran a Dios a los ojos, lo toman entre sus brazos, le dan un trozo de pan, le curan las heridas...». «¿Y también le cantan para que se duerma?», me interrumpe mi hija, empezando a comprender. «Todas las noches», le respondo. «¿Y cuándo se duerme ellos también descansan?», insiste. «No, ellos siempre están despiertos, porque apenas han conseguido que uno de estos niños se duerma otro empieza a llorar». Mi hija frunce el entrecejo: «¿Dios también llora?». «También. Dios está llorando siempre», le contesto.
Y estos misioneros, centinelas perpetuos de su llanto, se dedican a apaciguarlo, sabiendo que su misión es incontable como las arenas del desierto. Están hechos del mismo barro que nosotros, incluso parecen más frágiles que nosotros, más adelgazados por las noches de insomnio, por el recuerdo de las muchas vidas que han visto consumirse, por el llanto que no cesa y la rabia de no ser omnipotentes; pero en sus cuerpos curtidos por el sol y adelgazados de vigilias se esconde un incendio de benditas pasiones que mantiene caldeada la temperatura del mundo. Quizá mañana mismo se den de bruces con la muerte, que les tenderá su emboscada bajo la forma de un contagio, o de una ráfaga de plomo; pero, entretanto, perseveran en su epopeya silenciosa, sin aguardar otra recompensa que la sonrisa de un anciano famélico, la mirada palúdica de un niño que apenas se sostiene en pie, la caricia exhausta de una mujer que los contempla entre las neblinas de la fiebre. Ellos saben que en esa sonrisa claudicante, en esa mirada desvanecida, en esa caricia de rendida gratitud se esconde Dios. Son veinte mil españoles, entre los cientos de miles que se reparten allá donde las hambrunas y las guerras endémicas trituran vidas ante la indiferencia de los politicastros y los noticieros televisivos. Si mañana dimitieran de su misión, la noche se abalanzaría sobre el mundo. Seguimos vivos porque el fuego que los enardece no declina su llama.
Son veinte mil españoles para atender la muchedumbre del dolor, para apaciguar el llanto multitudinario de Dios que se copia en las lágrimas de cada hombre que sufre, para llevar el Reino a los parajes más arrasados del planeta. Son veinte mil hombres y mujeres salvando cada día a millones de niños. Y necesitan nuestra ayuda: nuestro aliento, nuestra gratitud y también nuestro dinero. Así que a ver si apoquinamos.